Según Cicerón son cuatro las cualidades que involucran las habilidades expresivas. El discurso persuasivo debe ser: apto (aptum), con corrección léxica y gramatical (puritas), claro (perspicuitas) y bello (ornatus).

        El discurso es apto cuando es “conveniente, adecuado, congruente, apropiado (…) a lo que exigen las circunstancias, los fines de la intervención y las características del tipo o género al que pertenecen el discurso” [1]; ante esta virtud pragmática se supeditan las puritas, las perspicuitas y el ornatus. Es decir, los modos de expresarse deben ser coherentes al contexto.

        Al hablar de puritas nos referimos a la “integridad ideal de la lengua” [2], de perspicuitas a “la claridad (…) para que el discurso sea comprensible[3]”y el ornatus el embellecimiento derivado de “una abundancia prudentemente regulada de medios y de ornamentos” [4], el cual, “puede impregnar – y, de hecho, impregna – las demás virtudes” [5].

        Estas virtudes responden “al ideal clásico del equilibrio y de la equidistancia entre los extremos” [6]. Este equilibrio supone la premisa del aptum “’del ‘hablar’ como conviene” [7]. Por ello faltar a una virtud implicará una desviación, siendo un “vicio (…) por defecto o por exceso si la desviación es injustificada” [8] y será una licencia “…si la infracción está justificada por una exigencia mayor que la contraviene” [9]. Lo anterior permite inferir que las desviaciones interrumpen la eficacia del discurso por lo que no es extraño pensar en una distorsión en las interpretaciones de la audiencia.

Para mayor claridad, Lausberg esclarece la posible confusión que postula Quintiliano entre gramática y retórica, “entre el hablar correctamente y el hablar bien (eficazmente)” [10] cuando señala que cuando “el deber persuadir al juez es mayor que el deber de mantener la precisión lingüística-idiomática: el deber del retórico supera el deber gramatical” [11]. Por ello “los conflictos entre virtudes (la claridad frente a la concisión o brevedad, que forma parte del ornatus; las elegancias de éste frente a las distintas manifestaciones de las otras virtudes, etc.) se resuelven recurriendo a la importancia relativa de los fines (pragmáticos) y al valor intrínseco de los medios (estilísticos)” [12]. Por cuanto la concepción de eficacia de Lausberg no se refiere a la calidad y cantidad de información decodificada sino, mas bien, si logró su intencionalidad persuasiva.

Fig. 5.6.1, gráfico 1. Gráfico elaborado por Bice Mortara Garavelli

En el siguiente esquema (ver Fig. 5.6.1, gráfico 1) se clasificarán los diferentes vicios y licencias de las virtudes de la expresión supeditadas a la “virtud pragmática del aptum”. Huelga señalar, que en el ornatus, el “’discurso no ornamentado’ (no suficientemente embellecido) es un error por defecto” [13]; por el contrario, el “artificio superfluo, sin mesura, sobreabundante (…) es el error por exceso” [14].

Extracto del texto Original: Retórica y Comunicación Estratégica

Autor: Christian Schaefer




 

[1] Bice Mortara Garavelli, Manual de Retórica, Cátedra, Madrid, año 1991, Pág. 129.
[2] Ídem
[3] Ídem
[4] Ídem
[5] Ídem
[6] Op. Cit. 129 y 130.
[7] Op. Cit. 130.
[8] Op. Cit. 129.
[9] Ídem.
[10] Bice Mortara Garavelli, Manual de Retórica, Cátedra, Madrid, año 1991, Pág. 131.
[11] Ídem
[12] Ídem
[13] Bice Mortara Garavelli, Manual de Retórica, Cátedra, Madrid, año 1991, Pág. 133.
[14] Op. Cit. 13.