Según Quintiliano en su Rhetorica ad Herennium distingue cinco habilidades que el orador debe tener:

“la capacidad de invención, de disposición, de eloquio, de memoria y de dicción.

1)    La invención (inventio) es la capacidad de encontrar argumentos verdaderos o verosímiles que hagan convincente la causa.

2)    La disposición (dispositio) es la ordenación y la distribución de los argumentos; indica el lugar que cada uno de ellos debe ocupar.

3)      La elocución (elocutio) es el uso de las palabras y de las frases oportunas de manera que se adapten a la invención.

4)    La memoria (memoria) es la presencia duradera de los argumentos en la mente, así como de las palabras y de su disposición.

5)    La declamación (pronuntiatio) es la capacidad de regular de manera agradable la voz, el aspecto, el gesto”[1].

Lúcidamente Quintiliano “distingue los oficios del orador (hallar argumentos, disponerlos, expresarlos, y así sucesivamente) de su sistematización (teoría de la invención, de la disposición, de la expresión)”[2]. De lo cual no nos resulta difícil inferir aspectos tácticos del discurso en los oficios y los aspectos estratégicos en su sistematización. Mas aún cuando afirma que “…hablar bien es tarea del orador, la ciencia del hablar bien es la retórica (…), propio del orador es hallar argumentos y disponerlos, propias de la retórica son la invención y la disposición”[3]. Esta visión nos permite reconocer dos dimensiones en las habilidades del persuasor, una estratégica y otra táctica.

Extracto del texto Original: Retórica y Comunicación Estratégica

Autor: Christian Schaefer




 

[1] Bice Mortara Garavelli, Manual de Retórica, Cátedra, Madrid, año 1991, Pág. 65.
[2] Ídem.
[3] Ídem.