Quintiliano define la disposición como “la distribución eficaz de los argumentos (…) y de las partes en los lugares adecuados” [1], y lo divide en: 1) “la partición de todo discurso y de cada una de sus secciones; 2) la ordenación de los contenidos dentro de cada parte; 3) el orden de las palabras en la formulación de las ideas”[2].

        En la primera distingue como partes del discurso persuasivo, al “exordio, narración, argumentación y epílogo”[3]. En la segunda, a la presentación de los argumentos, que podían ser de: orden creciente, orden decreciente y orden homérico o nestoriano. El orden creciente parte del supuesto de que “ha de comenzarse con los argumentos más débiles y dejar para el final los más fuertes (se cree que la última impresión es la que más perdura en la memoria)”[4]. El orden decreciente parte bajo la hipótesis que primero se debe presentar los argumentos más fuertes “para atraer la atención sobre ellos de inmediato y se dejan en segundo plano las pruebas menos convincentes”[5]. El orden homérico o nestoriano postula que deben colocarse “las argumentaciones más sólidas al principio y al final del discurso y las razones menos fuertes en el medio”[6]. Por último, en la tercera, que se refiere a la formulación de las ideas en el plano de la expresión, a lo que el “modo natural es el increcento[7], el cual ha de entenderse tanto “en relación con las dimensiones como en relación con la ‘intensidad’ semántica de los componentes” [8]. La dimensión a que “el miembro más breve ha de situarse antes que el miembro más largo”[9]; y la intensidad del significado, se puede producir a través de un “clímax ascendente”[10], o por el contrario, por medio de “una extensión mayor del significado”[11]. Como vemos la propuesta quintiliana es casi una decisión intuitiva a la que logra dar solución de manera pragmática Perelman sugiriéndonos “que ‘la argumentación constituye un todo destinado a un auditorio concreto’, hay que admitir entonces que ‘deben ser las exigencias de la adecuación al auditorio las que guíen el estudio del orden del discurso’”[12]. Esto es importante de considerar en el segundo aspecto que considera Quintiliano, más claramente, a la distribución de los argumentos u ordenación de los contenidos en cada parte.

Por lo tanto, mientras en la invención el persuasor elige qué decir, en la disposición debe decidir el orden y lugar, o sea, dónde decir. Este aspecto formal del discurso Aristóteles lo divide en [13]cuatro partes: exordio, narración, argumentación (tópica) y epílogo (Ver Fig. 5.5.4.4, gráfico 3). Para él “el exordio y epílogo constituyen básicamente un llamado a los sentimientos y su función es conmover. La narración y la demostración son un llamado a la razón y su función es convencer»[14].

Fig. 5.5.4.5, gráfico 3. Elaboración propia a partir de Mortaja Garavelli.

 

Extracto del texto Original: Retórica y Comunicación Estratégica

Autor: Christian Schaefer




 

[1] Bice Mortara Garavelli, Manual de Retórica, Cátedra, Madrid, año 1991, Pág. 118.
[2] Ídem.
[3] Ídem.
[4] Op. Cit. 119.
[5] Ídem.
[6] Idem.
[7] Op. Cit. 122.
[8] Idem.
[9] Idem
[10] Op. Cit. 123.
[11] Bice Mortara Garavelli, Manual de Retórica, Cátedra, Madrid, año 1991, Pág. 123.
[12] Op. Cit. 121.
[13] Esta división de las partes del discurso persuasivo lo hicieron mucho antes los sofistas y como vemos lo mantiene tanto Quintiliano como Aristóteles.
[14] Alejandro López y cols, Introducción a la Psicología de la Comunicación, Ediciones Universidad Católica de Chile, año 1995, Pág. 26.