Antes dijimos que en la invención para persuadir por medio del convencimiento era necesario utilizar argumentados fundamentados en pruebas, estas podían ser técnicas o extra-técnicas según la visión aristotélica. No obstante, el mayor esfuerzo en cuanto al estudio de la argumentación lo proporcionan Perelman y Olbrechts-Tyteca en su magistral Tratado de la argumentación.

        El uso de argumentos en un discurso persuasivo puede hacer evidente su intencionalidad comunicativa u originar resguardos equivalentes en el adversario. Para Perelman

“…cuando un oyente advierte la presencia de un argumento puede verse inclinado a contraponerle mentalmente otros esquemas argumentativas. En este caso, el discurso se convierte en objeto de las reflexiones suscitadas por su misma estructura, por la naturaleza de actos comunicativos que lo componen, etc., o bien por informaciones provenientes del orador mismo o de terceros, por ejemplo, del adversario”[1].

Según Perelman los sistemas argumentativos pueden operar como

“procedimiento de asociación o conexión (cuando los argumentos están formados por elementos solidarios que se confieren valor mutuamente de forma positiva o negativa) y de disociación (‘técnicas de ruptura’ que modifican un sistema vigente, poniendo en tela de juicio sus elementos constitutivos, y lo [2]reorganizan con nuevos principios)”[3].

De los esquemas de conexión se desprenden (Ver Fig. 5.5.4.7, gráfico 5) los argumentos casi lógicos, los basados en la estructura de la realidad y los que fundamentan la estructura de la realidad.

Fig. 5.5.4.7, gráfico 5. Gráfico de conexión de argumentos elaborado por Bice Mortara Garavelli.

 

Extracto del texto Original: Retórica y Comunicación Estratégica

Autor: Christian Schaefer




 

[1] Bice Mortara Garavelli, Manual de Retórica, Cátedra, Madrid, año 1991, Pág. 83
[2] Esto nos recuerda el concepto de realidad de segundo orden propuesto por el lingüista y psicólogo Paul Watzlawick en su obra Es real la realidad.
[3] Bice Mortara Garavelli, Manual de Retórica, Cátedra, Madrid, año 1991, Pág. 83